Cuando de integrar el Olimpo personal se trata, hay cosas que cambian conforme crecemos y cobramos un mayor si no es que mejor entendimiento de las cosas a nuestro alrededor, de manera tal que así como hay figuras que pierden relevancia al mostrarse como parte de una mera tendencia o campaña publicitaria, hay otras que ganan un lugar privilegiado pese a ser el supuesto opuesto de aquello en lo que creíamos.
Así pues, nunca faltará una figura que se encumbre al romper con el ideal y la utopía de todo dogma, de manera tal que, cuando todo está perdido en apariencia, es precisamente ese personaje que rompe las reglas quien se encarga de restablecer el orden sin que esto implique la necesidad de erigirse como soberano o gobernante, simplemente despliega su poder para que las cosas se mantengan funcionando normalmente.
Así pues, en el Olimpo personal de quien esto escribe, la figura de El Perro Aguayo tiene un lugar más que especial, pues si bien fue el antagonista de Villano III, mi máximo héroe luchístico en la primer infancia, con el tiempo, fieras batallas y la nobleza que caracteriza a aquellos que se forjaron a sí mismos, se convirtió en algo más que un simple anti héroe e ídolo de la afición.
El Perro Aguayo ya era una estrella de la Lucha Libre para el momento en el que cobré conciencia de su existencia en el panorama luchístico, toda vez que, si bien era un auténtico villano que venía con un récord perdedor en luchas de apuesta, esa racha inició cuando se fijó la meta más alta a la que podría aspirar cualquier luchador en aquella época: ganar la máscara de El Santo, y si de aspirar se trata, cualquiera puede, más intentarlo y no perderse en el anonimato luego de fracasar en tan grande empresa, sólo alguien con garra y fortaleza en su corazón.
El Perro Aguayo era un peso semi completo natural, que con el trabajo constante en el gimnasio no necesitaba de alguna otra cosa más que del desarrollo físico en términos de fortaleza, para complementar lo que sus habilidades y conocimientos técnicos le permitían, y así enfrentar a cualquiera, sin importar que tan alto, pesado, fuerte, experimentado o «preparado» fuera el rival.
Si algo faltaba, El Perro Aguayo echaba mano de la rudeza, y si se veía superado, sacaba fuerzas de flaqueza para llevar el combate hasta sus últimas consecuencias.
Perder no era opción y si tal sería el resultado final, al rival le iba a costar mucho llegar a tal desenlace.
El Perro Aguayo nació, luchísticamente hablando, con la Empresa Mexicana de Lucha Libre ahí se hizo figura y cobró varias de sus rivalidades clásicas, como las de Ringo Mendoza o el Faraón, además de una buena cantidad de trofeos que, sin restar mérito a los rivales, no fueron sino el principio de una trayectoria que en la década de los 80, con el Toreo de 4 Caminos como base, despegó hasta la idolatría.
Victorias, derrotas, el constante intercambio del Campeonato Semi Completo Junior de la entonces WWF, cinturón que trajera de Japón tras derrotar a Gran Hamada luego del torneo mediante el cual se creaba esta categoría avalada por la empresa de Vince McMahon, una nueva serie de derrotas en lucha de apuestas tras perder la cabellera con el Villano III en polémico desenlace y la correspondiente redención en batallas dónde salía vencedor haciéndose de la categoría de invencible, a tal grado que su popularidad y carisma no sólo lo hicieron pasar, cuando hacía falta un héroe, al bando técnico y, más allá de toda lógica, integrar una de las duplas más recordadas de la época, el Dúo Dinámico, al lado de su otrora verdugo, el tercero de la Dinastía Imperial.
El Perro Aguayo ganó muchas cosas, perdió otras tantas, pero cuando finalmente se estableció como ídolo fue ese momento en el que, de la nada y sin que nadie lo esperara, acudía a Televisa para, en El Mundo del Espectáculo, retar a Mil Máscaras en duelo por la supremacía, no por la máscara o por su campeonato, un mano a mano directo para demostrar que, así como el Multifaces ostentaba cierta categoría y blasones ganados alrededor del mundo, el Supercan también había ganado lo suyo y podía luchar contra él de igual a igual.
Con el final de la década de los 80 llegaba un cisma a la Lucha Libre, pues no sólo llegaba esta a la televisión abierta, luego de permanecer por décadas oculta en los canales de cable, sino con esta el regreso de la Lucha Libre Femenil al Distrito Federal y, con todo esto, combinaciones que hacían del deporte más popular de México el parteaguas en el manejo del multimedia como herramienta promocional y de difusión ante el público nacional.
De repente, y sin darnos cuenta, TODOS hablaban de las luchas, y se rompían ciertos mitos, creencias respecto a que este es un entretenimiento dirigido a la clase baja, cuando en realidad es necesaria cierta visión, carácter y, sobre todo, cultura, para entender sus dinámicas, códigos y rituales, mismos que en combinación hacen de este el deporte con mayor diversidad y atractivo que se pueda encontrar en las diferentes carteleras del país.
El Perro Aguayo fue puntal de esta transición y esto no fue gratuito, pues si bien era ídolo en aquella época, no era el máximo, antes que él había otros de mayor alcance y, de cierto modo, jerarquía, más a diferencia de la mayoría de estos, el haberse hecho de un lugar estelar en la Arena México, con viejos rivales en el elenco de la empresa, hicieron más natural su llegada.
Desafortunadamente, para ese momento, El Perro Aguayo ya no estaba en su mejor forma y, para quienes lo conocimos en años anteriores, era notable la diferencia en su desempeño, todo a consecuencia de una lesión en una de sus piernas, misma que lo mantuviera alejado de los cuadriláteros por una temporada.
Sin embargo, el carisma y la entrega de El Perro Aguayo fueron suficientes para encumbrarlo a un nivel mucho más alto, uno que le permitió acompañar a su hijo en sus primeros combates como profesional sin que por ello se viera disminuida su categoría en carteleras.
La figura de El Perro Aguayo en AAA es fundamental, es historia que cualquiera que tuviera acceso a la señal de Televisa en los años 90 puede referir, para nadie es ajeno todo lo que hizo, desde ganar la tapa de Máscara Año 2000 hasta la cabellera de El Cobarde o la hasta entonces inédita determinación de realizar una gira de despedida en cada arena o localidad que hubiese pisado desde sus inicios hasta ese momento.
El Perro Aguayo fue tan grande que no necesitó homenajes por parte de la EMLL hoy CMLL, pues fue esa la empresa donde eligió retirarse y, si bien siempre manifestó su deseo de dejar todo en el cuadrilátero, casi lo logra cuando, buscando retirarse con una gran victoria y la hazaña de tener en su vitrina a los Hermanos Dinamita como trofeo, luego de rapar a Cien Caras, estuvo a punto de perder la vida luego de un Martillo Negro cortesía de Universo 2000.
Años le tomó recuperarse y, con su hijo en camino de consolidarse como auténtico estelarista, ganaba las cabelleras de Cien Caras y Máscara Año 2000, dejando una nueva lección de vida gracias a su trabajo y cariño por la vida.
Así, aún cuando su lugar como ídolo siempre le permitió recibir una lluvia de aplausos y cariño de la afición donde quiera que se parara, El Perro Aguayo se mantuvo cerca de la Lucha Libre hasta que su salud dejó de hacerlo posible y fue en esa condición que recibió la peor noticia que puede recibir un padre.
Perro Aguayo fue alguien tan grande que, aún conociendo lo duro y peligroso de su profesión, brindó a la Lucha Libre un hijo, mismo que el destino tomó para darnos una lección de vida y enseñarnos el verdadero valor de portar con orgullo un legado.
El 21 de Agosto de 1983, sin saberlo, El Perro Aguayo nos regaló uno de los momentos más emotivos en la Lucha Libre, pues tras encarnizada batalla con el Villano III, una polémica intervención por parte de Fishman y un resultado adverso, debía ofrendar su cabellera al enmascarado de la Dinastía Imperial y, tan cargado estaba el ambiente que no se quería rapar, exigía continuar la batalla y esta amenazaba con desbordarse entre una afición dividida, más la llegada de Pedrito al cuadrilátero calmaba a la bestia para que el hombre cumpliera su pacto.
Pedro y Pedrito regalaron grandes momentos a la afición, más la tragedia con que concluyera la historia de El Hijo del Perro Aguayo hace de esta una de las más fuertes y dolorosas lecciones que podemos tomar de la Lucha Libre.
Aún con todo el dolor y la rabia que pudiera haber sentido, El Perro Aguayo agradeció siempre a la Lucha Libre, que le dio todo, que casi le quita la vida y a la que, como él mismo lo dijera, entregó todo, hasta a su hijo.
Así, si bien cada vez eran más raras sus apariciones en público, El Perro Aguayo se retiró de la vida pública, en silencio, en paz, hasta que 4 años después, por indicaciones propias de su familia se comunicaba la noticia del final de su existencia física y el principio de la leyenda, haciendo partícipe al público a acompañar y despedir a uno de los más grandes luchadores que hayamos visto en la vida.
El Perro Aguayo es ejemplo de nobleza, fortaleza y superación, tanto que de todo y todos aprendía algo, siendo un hombre sabio que, aún con las limitaciones propias de alguien que sólo cursó hasta el segundo grado de primaria, poseía la cultura de aquellos que en la vida se forjan a sí mismos, sin necesidad de academias o documentos avalados por institución alguna.
Pedro Aguayo fue, por antonomasia, un auténtico Perro que aprendió a sobrevivir en las calles, ganarse el sustento entre los hombres y, por la calidad de su pensamiento, su entrega, su coraje y la determinación de un corazón noble que no supo sino entregar siempre todo y lo mejor a sus semejantes, construirse un lugar en el Olimpo moderno del ideario colectivo que es el México de hoy.
El Perro Aguayo es un ícono de la rebeldía, muestra de aquello que significa ser iconoclasta pero, sobre todas las cosas, del potencial humano y su naturaleza.
Descanse en Paz, Pedro Aguayo Damián.
El Perro Aguayo vivirá por siempre.
¡Gracias, Don Pedro!.