De tiempo en tiempo, alguien me pregunta porque ese gusto personal y tan marcado por la Lucha Libre.
Es algo que desde que recuerdo me gusta, pero nunca en el sentido de buscar mi realización personal haciéndolo o emulando lo que veo, no, pues aún teniendo ídolos rudos y técnicos, haciendo un análisis más profundo, es esa capacidad de sobreponerse al castigo y superar el dolor lo que me atrapara desde un principio, más allá del resultado de una contienda, siempre estará la sumatoria de una trayectoria y la oportunidad de dejar atrás una mala noche o una mala racha para seguir adelante.
Todos tenemos una especie de Olimpo personal, integrado por entes de naturaleza humana cuyas capacidades nos hacen suponer que están mucho más allá del ser común, por lo que estos seres son, para algunos, inmortales sin debilidades humanas, casi dioses.
Es, sin embargo, la tragedia que sobreviene de manera sorpresiva la que nos hace reconsiderar nuestra escala de valores y el peso de nuestra propia humanidad cuando sin previo aviso alguien que se encuentra en plenitud es arrebatado de la vida, tal como sucediera con Pedro Aguayo Ramírez.
Tal cual corresponde a los aficionados a la Lucha Libre de mi generación, conocimos la existencia de este individuo en la primera mitad de los 80, cuando los semanarios dedicados a la fuente publicaran algunas fotos que hoy circulan en la red y que nos mostraran a un Pedrito en su primer infancia acompañando a su padre, el gran Perro Aguayo.
Más allá de la notoriedad recibida por estas imágenes, no pasaría nada que hiciera suponer que algo sucedería con este niño, aún cuando la Lucha Libre viviría casi inmediatamente el llamado Boom de los Juniors, con distintos herederos luchísticos que tomaban el mote y equipo de sus padres, mentores o antecesores para hacerse de un lugar en lo que era una industria boyante y que a diario, semana tras semana, movía más gente que cualquier otra forma de entretenimiento en México.
Llegaba la televisión y con esta un Boom al que toda la maquinaria de la Lucha Libre se tenía que adaptar, por lo que en 1991 el entonces diario deportivo La Afición editaba una serie de vídeos llamados Ídolos de Hoy en la Lucha Libre, los cuales retrataban a los 5 ídolos más populares de la llamada casa independiente, el desaparecido Toreo de 4 Caminos, y por supuesto, el tremendo Perro Aguayo formaba parte de tan selecto grupo, mostrando en este material su lado humano, a su familia y sus motivos para luchar, además de lo que para muchos era la antesala de la presentación de su junior, su heredero luchístico.
El Hijo del Perro Aguayo debutaría como correspondía al heredero de una de las máximas estrellas de aquella época, enmedio de fuertes críticas pues a diferencia del resto de los gladiadores que iniciaran a esa edad o más jóvenes, no pasó por una etapa de fogueo bajo otra identidad.
Venía una etapa controvertida y llena de cuestionamientos para el joven, a quien la afición llamaba cariñosamente el Perrito y que casi de inmediato se hiciera blanco deportivo de los rivales de su padre como motivo de provocación, retos a los que tuvo que enfrentar luego de una larga etapa de formación y sin la compañía del Súper Can.
Si algo había que admirarle al Perrito era su profesionalismo y el respeto a su carrera, pues siempre mantuvo su vida personal bien separada de la Lucha Libre, a la par de mantener la disciplina y forjarse de un nombre propio aún fuera de los cuadriláteros.
¿Motivo de escándalo ligado al Perrito?, fuera de los encordados no lo hubo, quizá cuando se convirtiera en figura de la pantalla chica al ser parte de realities o espectáculos de farándula, pero nada que se diera a notar gracias a la disciplina y el respeto a la figura de El Perro Aguayo.
Esa disciplina es la que hacía al Perrito consciente de sus propias limitaciones, tal como sucediera en sus ausencias del cuadrilátero por graves lesiones o motivos de salud muy fuertes.
Tal es el grado de profesionalismo que se pudo apreciar en el Hijo de El Perro Aguayo que cuando se lesionara el codo al fragor del combate, de inmediato lo hiciese notar, primeramente a Héctor Garza, su compadre y rival aquella noche, cambiando la dinámica de la batalla para evitarse un daño mayor como corresponde a los profesionales de la Lucha Libre, que si bien salen a lastimar al rival, a buscar humillarlo, inmovilizarlo, el código de combate prohibe incapacitar al rival deliberadamente, aún cuando este es uno de los riesgos a los que están expuestos, pues aunque la práctica y el entrenamiento les hacen dominar todos y cada uno de sus movimientos, las circunstancias y el entorno en el que se desarrollará cada enfrentamiento estan siempre fuera de su control.
¿Qué sucedió aquella fatídica noche que trajera como consecuencia el luto para la familia Aguayo y el mundo de la Lucha Libre?, se pueden decir muchas cosas, enumerar cualquier cantidad de teorías, más solo el Perrito es quien experimentó lo sucedido y lamentablemente no puede explicarnos que pasó.
Si la lesión que lastimó sus cervicales sucedió al salir del cuadrilátero entre segunda y tercera, no dudo que hubiésemos repetido un episodio como el de 2008 y Pedro hubiese dejado al Perrito bajo el encordado sin levantarse para regresar; si la patada voladora que le dio Rey Mysterio hubiese sido el detonante de esta lesión, El Hijo del Perro Aguayo no hubiese tomado el movimiento natural que marcaba el ritmo del combate y que lo dejara inmóvil sobre la segunda cuerda.
Si algo he de creer, es que todo sucedió al impactar el Perrito contra las cuerdas y recibió una especie de latigazo contra este elemento del cuadrilátero que esa noche, desde una perspectiva muy personal, estaban muy flojas, y al tratarse de cuerdas de acero forradas de plástico, hicieron la fatal combinación que lesionara mortalmente al joven gladiador.
Si alguien necesitara una explicación más práctica a esta teoría, fue algo tan breve y fugaz como un ligazo pero con la fuerza y potencia que puede imprimir un cuerpo humano de poco menos de 100 kilos a una cuerda de acero de algunos centímetros de espesor, sometida a cierto grado de tensión.
El debate se mantendrá abierto y asi seguirá, toda vez que al tratarse de un suceso público que impacta a nivel mundial gracias a las herramientas de comunicación disponibles hoy en día, se han emitido opiniones y juicios alrededor de este hecho.
Opiniones informadas, otras con datos de segunda y tercera mano, pero las que mayor exposición han tenido son aquellas de los profesionales de la comunicación que sin tener un amplio conocimiento de este deporte se han ido por la nota fácil, sin conocer el trasfondo, ignorando no solo que esa misma noche otros 3 gladiadores salieron lesionados de gravedad en una batalla anterior y otros sucesos que hacen consciente al luchador de que sabe como subirá al cuadrilátero pero no como bajará.
La Lucha Libre es una profesión de alto riesgo, un deporte que debe preservarse pues, a diferencia de otros deportes, la violencia se mantiene al centro y no entre la fanaticada, es un deporte que, como cualquier otro, llega a tener funestas consecuencias en su desarrollo.
No seré perro que come perro, pero nombres como Jacobo Urso, Albert Van Coile o, mencionando casos más recientes, Alen Pamić, Sylvain Azougoui, Albert Ebossé, Carlos Barra, Peter Biaksangzuala, Franco Nieto, integran una lista de deportistas que por accidentes y descuidos como el sucedido en Tijuana sobre un ring, fallecieron en el campo de juego, uno que le es muy familiar a quienes hoy piden la prohibición de la Lucha Libre y, desafortunadamente, hablan por hablar al dejar que su pasión y hambre por la nota rápida los ciegue aunque quizá eso no sea su culpa sino de quienes sintonizan sus espacios.
Censurar estas opiniones sería negarse a luchar, y si bien hoy la crónica de la Lucha Libre está en manos de una generación que tomó lo que nadie quiso, es su deber defenderla sin cegarse y mostrar, con todos los argumentos lógicos y concretos, el significado y verdadero valor de este gran deporte.
Es, sin embargo, la tragedia que sobreviene de manera sorpresiva la que nos hace reconsiderar nuestra escala de valores y el peso de nuestra propia humanidad cuando sin mayor aviso alguien que se encuentra en plenitud es arrebatado de la vida, tal como sucediera con Pedro Aguayo Ramírez y como la tradición mexicana lo marca, celebro su vida, sus andanzas, las memorias, los recuerdos, los gritos, las mentadas, los aplausos, los momentos a su alrededor.
Lamento la pérdida de Pedro Aguayo Ramírez, el dolor de su familia, sus amigos, deseo enormemente que el tiempo pronto haga su magia y cambie el dolor de su ausencia por la alegría de los buenos recuerdos y la satisfacción de haber sido parte de su vida, una que hay que celebrar, pues la lucha nunca para.
Doy las gracias a El Hijo de El Perro Aguayo, y reconozco en él a alguien que desde muy joven tomó la determinación que le llevara a forjar su propio destino para ser grande, no por convivir o por quedar bien con alguien, sino por amor a su trabajo y a su familia, que no es otra que la familia luchística, a quienes entregó lo mejor de si.
Descanse en Paz, Pedro Aguayo Ramírez, El Hijo de El Perro Aguayo.
Un comentario en “En Memoria de El Hijo de El Perro Aguayo”